Solemnity of the Body and Blood of Christ
Reading I: Deuteronomy 8:2-3, 14b-16a
Responsorial Psalm: 147:12-13, 14-15, 19-20
Reading II: 1 Corinthians 10:16-17
Gospel: John 6:51-58
Spiritual Reflections on Sunday’s Readings (Lectura En Español)
For the Life of the World
Let us review for a moment what has happened in the special season just gone by. I suppose this is a summary of the summaries! It leads to Sunday’s feast, which is a great remembrance of our salvation.
Holy Thursday: we saw Jesus washing the feet of the disciples, cleaning their feet, wiping off the dirt. Then on Good Friday we saw Jesus refuse the way of riches, honor, and pride, instead of following the way of love. He could have avoided the cross, but love said yes to God instead. It was the highest example of real, lasting love we know of. It showed us who God is, in the flesh.
The Sundays after Easter: After his resurrection, Jesus spoke to us about his sacrifice and his having risen from the dead, showing how these are signs of the Father’s love for the whole world. Then the Ascension. Jesus was going away, back to the Father. He was to take his love back to the Trinity—where it started—thus completing the circle. Therefore, he left us, and if that were the end of the story we would have only memories.
On Pentecost he sent his Spirit into our hearts. We ourselves, his followers, were to receive that Spirit and become his new and continuing body for the life of the world. There is only one condition: that we let go and allow his Holy Spirit dwell in our lives. Gradually we would sense with Spiritual eyes what The Holy Trinity is all about.
How, exactly, are we to let the Holy Spirit find this dwelling place within us? If we look around at our culture, it seems impossible. A lot of our neighbors have thrown away the idea of a soul altogether and even the notion of a God. Others just dive into the flesh pots, so to speak, and by doing so, deny that there is such a thing in them as a depth where some Holy Spirit could dwell.
But we do have such a depth, all of us and each of us. We just need to let go and learn to be loved by this Spirit of Jesus and of his Abba. Then it will occur to us why the Christ had promised the Holy Spirit and then sent it.
However, one unhandy fact remains. We are flesh and blood creatures, not merely spirits. Would Christ have gone away to heaven, leaving his followers to make their own way without him? No. The sacrament of his Body and Blood is the way we join in the complete life of Christ. Just as the Holy Spirit comes together with our spirit, the sacrament of Christ’s body becomes one with our own bodies in a gradual but intimate transformation.
To put it another way, we need Manna if we are to survive (First Reading)! Today’s Feast of the Body and Blood of Christ shows this. The great plan of God could get lost unless there were a Manna-like sacrament to draw our bodies and our spirits into Christ’s presence.
And so, now the Easter picture is complete. Christ remains in the world for all time. He is spiritually and physically present to the world in us, as often as we accept his body and dwell in his Spirit.
That is the reason for this final feast after Easter.
Santo Nombre Iglesia Católica Lecturas del pastor Reflexión – 11 de junio de 2023
Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre
Lectura I: Deuteronomio 8: 2-3, 14b-16a
Salmo Responsorial: 147: 12-13, 14-15, 19-20
Lectura II: 1 Corintios 10: 16-17
Evangelio: Juan 6: 51-58
Espiritualidad de las Lecturas
Una transformación íntima
Este domingo realizamos la última celebración especial después de la Pascua. No es que estemos todavía en el tiempo de Pascua; eso llegó a su final en Pentecostés. Pero este domingo es la culminación de toda las celebraciones desde la Semana Santa. Nos proporciona el último asunto importante que nos queda por saber: el sacramento de la Eucaristía. Hasta ahora, ya hemos visto la mayor parte de la esencia del Cristianismo.
La Semana Santa: El Jueves Santo, vimos a Jesús lavarles los pies a sus discípulos, quitándoles el polvo. El Viernes Santo, observamos como Jesús optó por el amor en lugar de “salvarse.” Este es el mejor ejemplo que tenemos del amor verdadero, duradero. Nos mostró quién es Dios, y nos lo mostró en una forma encarnada.
La Pascua: Perdió su vida; el amor no se podía perder, por tanto el amor le devolvió la vida.
Los domingos del Tiempo de Pascua: En estas lecturas, Jesús nos explicó su sacrificio y su resurrección, y la relación entre ellos y el amor del Padre por el mundo. Le damos gracias a Dios por esa explicación, porque no es lo más fácil que hay de entender.
La Ascensión: Jesús se fue, regresó al Padre. Había procedido de la Trinidad y ahora iba a cerrar el círculo, pero también a prepararnos una morada allí. Es así que funciona la Trinidad: dando el amor (la Encarnación) y devolviendo el amor (La Cruz, La Resurrección). Es maravilloso, pero ¿si eso fuera el final de la historia? Nos quedarían sólo memorias.
El Pentecostés: En Pentecostés vimos que no era así. Él permanecía con nosotros de la manera más importante de todas. Enviaba lo más profundo de su ser, el Espíritu Santo, a habitar en nuestros corazones. El corazón de Cristo sería el nuestro, y así nos convertiríamos en su nuevo y eterno cuerpo por los siglos de los siglos. Con ojos espirituales, veríamos que la Santísima Trinidad está hecha del amor y que ese amor abarca nuestras vidas.
El Cuerpo y Sangre de Cristo: Pero hay personas que experimentan cierta dissatisfación con el Espíritu Santo. Desean tocarlo. Vivimos en un mundo material, ¿cómo puede un Espíritu que reside tan profundo dentro de nosotros servirnos en ese mundo? Además, pecamos con frecuencia, y a través de nuestros pecados desalojamos, y por lo menos escondemos, el Espíritu. Es más, tenemos la memoria muy corta, y hasta con la presencia del Espíritu, nos olvidamos de la vida, muerte y resurrección de Jesús.
Por eso, nos da su persona encarnada. Dios dio maná (Primera Lectura), Jesús se da. En la Misa, nos sentamos a la mesa de la Palabra y él alimenta nuestra memoria con la vida de Dios y la suya. Después pasamos a la mesa de la Eucaristía, donde Jesús le da su cuerpo y sangre a nuestro cuerpo y sangre.
Este sacramento es la manera en que nos unimos a la vida encarnada de Cristo. Su cuerpo se funde con los nuestros por medio de una transformación íntima. De una forma exactamente paralela, el Espíritu Santo se une a nuestro espíritu. La gran celebración este domingo de la Eucaristía sirve para enviarnos al mundo físcio/espiritual para llevar a Cristo hasta él.
Y esa es la culminación de este tiempo tan poderoso de la presencia del Señor entre nosotros, para alimentarnos, para sufrir con nosotros, morir con nosotros, y devolver la vida entera a su fondo último, el amor de Dios.