23rd Sunday of Ordinary Time Year A

Reading I: Ezekiel 33:7-9
Responsorial Psalm: 95:1-2, 6-7, 8-9
Reading II: Romans 13:8-10
Gospel: Matthew 18:15-20

 

 

Spiritual Reflections on Sunday’s Readings (Lectura En Español)

 

The common theme of today’s readings is God’s command concerning our spiritual responsibility and individual accountability for others in our families, parishes, and community. This accountability arises from our identity as God’s children. As brothers and sisters in Christ, then, we become each other’s “keepers,” and take on a painful, triple responsibility. We must lovingly and prudently correct each other when we err, forgive those who offend us, and ask forgiveness from those we have offended. In the first reading, God tells Ezekiel that he is to be a “watchman for the house of Israel,” obliged to warn Israel of moral dangers. If Ezekiel should refrain from speaking God’s word given to convert the wicked, God will hold Ezekiel responsible for the death of the wicked.

In the second reading, St. Paul points out that the love we should have for one another should be our only reason for admonishing and correcting the sinner. Love seeks the good of the one who is loved. Therefore, we should admonish one another so that we all may repent and grow in holiness.

In today’s Gospel, Jesus teaches that true Christian charity obliges a Christian, not only to assist his neighbors in their temporal and spiritual needs with material help and prayer but also to aid with the correction of those brothers and sisters who have damaged the community by public sin. If the erring one refuses a one-on-one, loving correction by the offended party, then the Christian is to try to involve more people: first, “one or two others,” and eventually “the Church.” Finally, Jesus mentions the efficacy of community prayer in solving such problems, for Christ is present in the praying Christian community.

We are our brother’s/sister’s keeper. Modern believers tend to think that they have no right to intervene in the private lives of their fellow believers. Others evade the issue saying, “As a sinner, I don’t have the moral courage or the right to correct anyone.” But Jesus emphatically affirms that we are our brother’s keepers, and we have a serious obligation to correct others. We need to offer advice and encouragement to our friends, neighbors, and coworkers when it is needed, and loving correction, in private, for a personal offense where that is possible.

We need to gather in Jesus’ name and work miracles: Today’s Gospel reminds us of the good we can do together, and of how we can do it. Jesus says, “Where two or three are gathered in my name, I am there among them.” If any group of us gather, work, and act with the Holy Spirit guiding us, we will become much more than simply the sum of our numbers. Today, Jesus makes it clear how important we are, one to another. One in Christ, our community can draw on God’s power to make His healing, life-giving love, more effective among His people.


 

 

 

Santo Nombre Iglesia Católica Lecturas del pastor Reflexión – 10 de septiembre de 2023

 

Domingo 23 del Tiempo Ordinario Año A

 

Lectura I: Ezequiel 33:7-9
Salmo responsorial: 95:1-2, 6-7, 8-9
Lectura II: Romanos 13:8-10
Evangelio: Mateo 18:15-20

 

Espiritualidad de las Lecturas

 

El Señor Jesús y sus discípulos se encuentran nuevamente en Cafarnaúm. El Maestro no deja de instruir a sus discípulos. A la pregunta curiosa de uno que quiere saber quién será el mayor en el Reino de los Cielos, Jesús, llamando a un niño y poniéndolo en medio, responde: «Yo les aseguro: si no cambian y se hacen como los niños, no entrarán en el Reino de los Cielos» (Mt 18,3). En relación a los niños dirá más: al que escandalice a un niño, más vale que le aten al cuello una gran piedra de molino y lo fondeen en el mar. El Señor se expresa de esta manera dura no para que sus palabras sean tomadas al pie de la letra, sino para que sus oyentes comprendan la terrible gravedad del escándalo. Habla luego de cómo los propios miembros del cuerpo (manos, pies, ojos) se pueden convertir para uno en causa de escándalo, de caída en el pecado. Haciendo uso de comparaciones hiperbólicas aconseja sobre la radicalidad con que hay que apartar el pecado de la propia vida (ver Mt 18,8-9).

En este contexto el Señor habla de la necesidad de reprender al hermano que peca. La corrección, cuando es auténtica, tiene como finalidad el cambio de conducta, la enmienda, lograr que el hermano abandone el camino del mal y retorne al camino del bien. De no corregirse, su conducta pecaminosa sin duda llegará a ser causa de escándalo o tropiezo para los miembros más débiles de la sociedad, para los niños y aquellos que se asemejan a ellos. La importancia y necesidad de corregir a quien peca aparece clara también en la primera lectura. Dios ha puesto a su profeta como “centinela” de su pueblo. Éste es un elegido de Dios para hablar a los demás en nombre de Dios. Una de sus tareas es la de advertir a quien obra el mal, a fin de que enmiende su conducta: «Cuando escuches palabras de mi boca, les advertirás de mi parte». Quien peca ciertamente es responsable del mal que comete y tendrá que asumir las consecuencias de sus propios actos. Si no se convierte, morirá por su culpa. Sin embargo, el profeta tiene la gravísima obligación moral de corregir e iluminar la conciencia de quien obra el mal. Si no cumple con su obligación, si calla en vez de advertir al hermano que se aparta del camino de Dios, tendrá que dar cuentas de su vida a Dios: «a ti te pediré cuenta de su sangre». La necesidad de corregir a un hermano en la fe es un deber de caridad para todo discípulo de Cristo: «Si tu hermano peca, llámale la atención».

Con decir hermano el Señor se refiere a todo discípulo suyo, a todo creyente, a todo aquél que forma parte de la Iglesia fundada sobre Pedro. Cuando este hermano “peca”, es decir, cuando comete un mal moral grave, cuando con su conducta va en contra de Dios y de su ley divina, «llámale la atención». El verbo griego “elenjo” significa “hacerle ver su falta a alguien, reprender severamente, reprobar o amonestar”. Esta corrección fraterna debe hacerse en primer lugar «a solas», sin duda para guardar la buena fama del hermano y no exponerlo innecesariamente a la vergüenza pública. Dado que lo que se busca es salvar al hermano, y supuesto el caso de que el pecado no sea públicamente conocido, debe guardarse la discreción. Se entiende que la corrección no debe proceder de la furia que se descarga sobre el pecador por la ira que a un le produce, sino que debe ser un acto que brota de la caridad que busca el bien y la recuperación del hermano. Quien corrige no debe erigirse en juez y verdugo del hermano que peca, no se trata de tirar la primera piedra y apedrear sin misericordia al hermano que cae, sino de ayudarlo a volver al buen camino.

Una posibilidad es que el hermano en cuestión acoja humildemente la corrección y se enmiende. En ese caso, «has salvado a tu hermano». Pero existe también la posibilidad de que cierre su corazón, se defienda y defienda sus tinieblas, piense que nada tiene de malo lo que ha hecho o hace, y de ese modo permanezca tercamente aferrado a su pecado: «Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos».

Si tampoco entonces hace caso, «díselo a la comunidad». Aquí aparece nuevamente en labios del Señor la palabra “ecclesía”, es decir, Iglesia. Si fallan las dos primeras instancias, queda el recurso a la Iglesia. Aunque algunas versiones traducen “ecclesía” por “comunidad” o “asamblea de hermanos”, existe también la posibilidad de que se refiera a quienes estarán puestos a la cabeza de las asambleas o de la Iglesia, es decir, a la Iglesia jerárquica. De allí que diga inmediatamente después a sus Apóstoles: «Les aseguro que todo lo que aten en la tierra quedará atado en el Cielo, y todo lo que desaten en la tierra quedará desatado en el Cielo». “Atar” y “desatar” significan “permitir” o “prohibir”. Los Apóstoles, como jefes de la Iglesia, gozan de este poder de atar y desatar. Las decisiones morales tomadas por ellos serán ratificadas por Dios.

Finalmente, si aún ante el juicio de la Iglesia el hermano no hace caso, debe ser considerado «como un pagano o como un publicano», es decir, como los fariseos consideraban a los publicanos y paganos: excluidos del Pueblo de Dios, impuros, hombres con los que no se puede compartir la mesa.