Spirituality of the Readings
Third Sunday in Advent (B)
December 17, 2023
Joy in the Lord
“I rejoice heartily in the Lord,” the prophet says in the First Reading. And why wouldn’t he? He has glad tidings. The poor will be taken care of, the brokenhearted will be healed, the captives will be freed, and the prisoners will be released. Who wouldn’t rejoice in these things?
As the winter dark and cold encroach on our days, and as the birth of the baby Jesus draws near, we hear these beautiful words everywhere. But the problem is that, for so many people, this is a time of depression, not of joy. And why? Because the poor are still poor; the people are still broken-hearted, and the captives and prisoners are only slowly released. In this country, the bank still forecloses on the house of a person who has lost his job; a friend still becomes treacherous; a spouse succumbs to alcoholism. What has happened to the promise and the beautiful words? How is joy possible?
The answer lies in Mary’s words in the Magnificat. “My soul proclaims the greatness of the Lord, and my spirit has rejoiced in God my Savior,” she says. Does anyone think that she took these words back when she stood by the cross as her son was crucified?
How can Mary maintain the words of the Magnificat still at the foot of the cross? The answer is that the greatest love of the Lord was there. The words of joy that Mary spoke, before the Lord was born, are only more true in the suffering she bears at his cross. His love doesn’t take away her suffering at his crucifixion (how could it)? But her suffering is enveloped in great love, and so it is transfigured.
Joy in the Lord is compatible with waiting for the final redemption from our suffering and our sin—because Christ is Emanuel, God with us. Even now, since his love infuses all our suffering, our souls can proclaim the greatness of the Lord, and our spirits can rejoice in God.
Our Lord transfigures the suffering of our lives in his love.
Homilía
Tercer domingo del Adviento (B)
17 de diciembre, 2023
Para presentar la luz
Esta temporada del año se llena de celebraciones. Cualquier excusa para una fiesta. Las invitaciones llegan, no sólo de los amigos y familiares que nos quieren ver, sino del mismo corazón en donde suenan los ecos de los tambores y aguinaldos de la niñez. Anoche, vi a mi abuelo. Me tomó de la mano y subimos juntos por las escaleras de atrás hasta el segundo piso de la casa. Allí en el salón principal del apartamento nos paramos ante el árbol navideño oloroso y adornado para cantar, como verdaderos “kashubik,” las palabras de “O Tannenbaum,” “O Arbolito Navideño.” Anoche, yo tenía de nuevo apenas medio metro de altura y otra vez la memoria me falló con la letra del segundo verso.
Los abuelos y padres judíos también apartan un tiempo para enseñar a jugar con el “dreidel”, un trompito, a los más jóvenes de su casa. Para ellos también, la temporada representa un festival de luces. Ellos prenden las velas de “la menorah” para que jamás se permita la esclavitud. Es la fiesta de “Chanukah.” Yo sé que esto es cierto porque mi abuelo también visitaba con un regalo de vino a los vecinos judíos. Con abrazos ellos compartían recuerdos y lloraron juntos los días malos de 1930-40 en Alemania y Polonia, su lugar de origen.
Las semanas prenavideñas son una celebración de esperanza. Hacemos el intento de rechazar las tinieblas invernales y buscamos la luz que vale en nuestros corazones.
Hace falta luz para poder reconocer lo mesiánico en nuestro mundo. Nuestra tendencia ha sido de escoger al primer demagogo que aparezca para nombrarlo dirigente y Cristo. Pero Jesús en la historia de su nacimiento fue envuelto en la ropa de los pobres y puesto en un comedero. Nuestro problema: ¿Cómo llegaremos a ser lo que la historia nos reta a ser?
A la vez que sean fuentes de alegría, la Navidad y Chanukah nos retan. Con el testimonio de la luz debemos proclamar el reino de Dios. Hay que compartir la luz y conversar, no en base de una ignorancia tenebrosa, sino desde el deseo de conocer y celebrar la nueva humanidad presente por la Encarnación del Verbo en Jesús.
Todos los que comparten las posadas y pastorelas de la comunidad latina toman un puesto a la puerta del mundo y tocan para que ella abra a los cansados y marginados. Ellos insisten que la compasión no es una cosa que se adquiere, sino un alimento que nutre y une los valores de la justicia y amor que forman parte de nuestra vida. Pedimos hospedaje hasta ver cómo todos sufrimos de la exclusión y hace falta la invitación a entrar al centro en donde mora Dios.
Las celebraciones pilipinas del “Simbang Gabi” celebran la promesa del liderazgo mesiánico, hace tiempo realizada en Jesús y esperada después en su venida definida la que pondrá fin a la oscuridad para siempre. Las estrellas y los niños, las procesiones y los ángeles marcan el festival de las nueve noches prenavideñas con las celebraciones que retan a su pueblo a seguir creando cultura y a ser, no un objeto de la historia, sino su sujeto y autor.
Nuestra participación en estas celebraciones locales y culturales del presente mes nos servirá muy bien para traer luz a nuestra propia memoria cultural.
Pablo nos da un consejo en su carta a los Tesalonicenses. Según él, jamás debemos ahogar el Espíritu o despreciar las profecías, sino investigar todo. Ya debemos entender la acción del Espiritu, siempre creando y liberándonos, haciéndonos responsables de la vida humana. Nos ayuda a buscar la vida a pesar de las sombras insistentes de la muerte. La profecía es la palabra del Espíritu, retándonos a aceptar nuestra liberación. Sólo así podemos ver cómo afectamos el mundo con la vida y cómo damos esperanza al buscar los fósforos que encienden las velas del corazón