20th Sunday of Ordinary Time Year A
Reading I: Isaiah 56:1, 6-7
Responsorial Psalm: 67:2-3, 5, 6, 8
Reading II: Romans 11:13-15, 29-32
Gospel: Matthew 15:21-28
Spiritual Reflections on Sunday’s Readings (Lectura En Español)
My Brothers and Sisters in the Lord
The Gospels describe only two miraculous healings Jesus performed for Gentiles: the healing of the centurion’s servant (Mt 8:10-12) in Capernaum, and the healing of the daughter of the Canaanite woman which we hear today. The encounter with the Canaanite woman took place outside Jewish territory in Tyre and Sidon, two coastal cities, twenty-five and fifty miles north of Galilee in present-day Lebanon. The story of this miracle is told by Mark (7:24-30) as well as by Matthew (15:21-23). Both miracle stories foreshadow the extension of the Gospel, the Good News, to the whole world. The woman in today’s miracle belonged to the old Canaanite stock of the Syro-Phoenician race. The Canaanites were the ancestral enemies of the Jews and were regarded as pagans and idolaters and, hence, as ritually unclean. But this woman showed “a gallant and an audacious love which grew until it worshipped at the feet of the Divine, an indomitable persistence springing from an unconquerable hope, a cheerfulness which would not be dismayed” (Fr. James Rowland). By granting the persistent request of the pagan woman, Jesus demonstrates that his mission is to break down the barriers and remove the long-standing walls of division and mutual prejudice between the Jews and the Gentiles. God does not discriminate but welcomes all who believe in Him, who ask for His mercy, and who try to do His will.
Jesus first ignores both the persistent cry of the woman and the impatience of his disciples to send the woman away. He then tries to awaken true Faith in the heart of this woman by an indirect refusal, telling her, “I was sent only to the lost sheep of the house of Israel.” But the woman is persistent in her request. She kneels before him and begs, “Lord, help me.” Now Jesus makes a seemingly harsh statement, “It is not fair to take the children’s food and throw it to the dogs.” The term “dogs” was a derogatory Jewish word for the Gentiles. Dogs were regarded by the Jews as unclean, because they would eat anything given to them, including pork.
Her argument runs like this: Pets are not outsiders but insiders. They not only belong to the family but are part of the family. While they do not have a seat at the table, they enjoy intimacy at the family’s feet. Hence, the woman replied: “Yes, Lord, yet even the dogs eat the crumbs that fall from their master’s table!” (v. 27), expressing her Faith that Jesus could and would heal her daughter. Jesus was completely won over by the depth of her Faith, her confidence, and her wit and responded with delight, “Woman, great is your Faith! Let it be done for you as you wish.” We notice that the woman was refused three times by Jesus before he granted her request; finally, on her fourth attempt, Jesus rewarded her persistence, curing her daughter in answer to her plea. Although the essential parts of prayer are adoration and thanksgiving, the prayer of petition, like that of contrition, plays a big part in most people’s daily life. We cannot provide, by our unaided selves, for our spiritual and temporal needs. Christ himself has told us to ask him for these needs: “Ask and you shall receive.” Asking with fervor and perseverance proves that we have the “great Faith” we need to be able to receive all that Christ wants to grant us in response to our requests. Today’s Gospel reminds us that God’s love and mercy are extended to all who call on him in Faith and trust, no matter who they are. In other words, God’s care extends beyond the boundaries of race and nation to the hearts of all who live, and God’s House is intended to become a House of prayer for all peoples.
Santo Nombre Iglesia Católica Lecturas del pastor Reflexión – 20 de augusto de 2023
Domingo 20 del Tiempo Ordinario Año A
Lectura I: Isaías 56:1, 6-7
Salmo responsorial: 67:2-3, 5, 6, 8
Lectura II: Romanos 11:13-15, 29-32
Evangelio: Mateo 15:21-28
Espiritualidad de las Lecturas
En el Evangelio de este Domingo vemos al Señor en la región de Tiro y Sidón. Se había “retirado” allí. Tiro y Sidón eran ciudades ubicadas en la costa del mar Mediterráneo, al norte de Israel, es decir, fuera de Israel. Eran ciudades paganas, y en la tradición bíblica estas dos ciudades eran presentadas frecuentemente como símbolo de los pueblos paganos (ver Is 23,2.4.12; Jer 47,4).
Cuando está por aquellas tierras paganas, se le acerca «una mujer cananea, procedente de aquellos lugares». El gentilicio “cananea” evoca las antiguas rivalidades de Israel con los pueblos vecinos de Canaán. Los cananeos eran paganos, y los paganos eran llamados por los judíos “perros” (ver Sal 22[21],17.21).
De pronto una mujer pagana, a pesar del desprecio por parte de los judíos que la consideraban como una “perra”, tiene la gran osadía de dirigirse al Señor para gritarle: «Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo». Tengamos en cuenta que para aquel momento ya la fama del Señor había trascendido los límites de Israel, llegando «a toda Siria» (Mt 4,24), extensión geográfica al norte de Israel de la que provenía justamente esta mujer (ver Mc 7,26).
La mujer califica a Jesús de “Señor”, así como también de “Hijo de David”. “Hijo de David” le gritarán también dos ciegos que le piden poder ver (Mt 9,27; 20,30) así como la multitud que lo aclama cuando entra triunfal en Jerusalén: «¡Hosanna al hijo de David!» (Mt 21,9.15). Se consideraba que el Cristo sería “hijo de David”, es decir, su descendiente (ver Mt 22,42). Llamándolo así esta mujer pagana reconoce en Jesús al Cristo, el Mesías prometido por Dios a Israel.
A pesar de los gritos de la mujer que le suplica piedad, el Señor sigue su marcha. Nada responde. Y aunque no le hace caso, la mujer no desiste. Al contrario, insiste en sus gritos y súplicas. No le importa el “qué dirán”, lo “políticamente correcto”. Por encima de todo está el amor a su hija, su dolor al verla sufrir, su deseo intenso de verla sana y recuperada, y por supuesto, la confianza de que este enviado divino tiene el poder para curarla. Es así que superando toda vergüenza sigue al Señor sin dejar de suplicar, sin desalentarse, sin cansarse, hasta el punto de que los discípulos, al verse importunados por sus incesantes súplicas, interceden por ella ante el Señor: «Atiéndela, que viene detrás gritando».
La respuesta del Señor a sus discípulos contiene la razón por la que no ha hecho caso ni piensa hacer caso a esta mujer: «Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel». La mujer en vez de marcharse ha apresurado el paso y, alcanzándolos, se postra ante el Señor suplicándole nuevamente que la ayude. El Señor le responde: «No está bien echar a los perritos el pan de los hijos». Con “el pan de los hijos” el Señor se refiere al don del Reino de Dios y de su salvación, reservado a los israelitas. Mas es oportuno notar que en sus palabras el Señor atenúa la dureza judía en la forma de dirigirse a esta mujer pagana, al referirse a los paganos no con el término “perros” (como aparece en la versión litúrgica que empleamos) sino “perritos”, “cachorritos” (según el original griego). Usando el diminutivo parece querer diluir todo lo que en el epíteto “perros” hay de peyorativo.
Admirable es la respuesta de la mujer: «también los perritos se comen las migajas que caen de la mesa de los amos». La mujer cananea reconoce y acepta con humildad que Israel es el único destinatario de los bienes mesiánicos, pero en su condición de pagana pide al menos beneficiarse de las “migajas” de esos bienes.
Si el Domingo pasado el Señor hacía notar su falta de fe a Pedro, en esta ocasión el Señor alaba la fe de esta mujer pagana. Por su humildad abre para ella y para su hija las fuentes de la salvación. A causa de su fe en el Hijo de David, alcanza lo que pide con terca insistencia: la curación de su hija.
El Señor Jesús, mientras peregrinó en nuestro suelo, se mantuvo fiel al encargo recibido del Padre: dirigirse sólo a las ovejas descarriadas de Israel. Mas dentro de los designios divinos estaba también que una vez ascendido el Señor a los cielos sus discípulos anunciasen el Evangelio y comunicasen la vida nueva por Él traída a todos los seres humanos, sin distinción alguna: «Vayan, pues, y hagan discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo les he mandado» (Mt 28,19-20). La mujer cananea aparece como una primicia de la misión apostólica extendida a los paganos, inaugurada luego de la Resurrección y entronización de Jesucristo como Señor (ver Mt 28,18-19). Por su fe ella llega a hacerse partícipe anticipadamente del don de la Reconciliación ofrecido por el Señor Jesús a toda la humanidad.