32st Sunday of Ordinary Time Year A
Reading I: Wisdom 6:12-16
Responsorial Psalm: 63:2, 3-4, 5-6, 7-8
Reading II: 1 Thessalonians 4:13-18 or 4:13-14
Gospel: Matthew 25:1-13
Spiritual Reflections on Sunday’s Readings (Lectura En Español)
Are We There Yet?
Our family car was half way to Colorado and I was about six or seven and I clearly remember asking my mother that famous, time-honored question of children, “Mommy, are we there yet?” It was a real question, and I wasn’t quoting someone else. So I thought.
By now I have heard child after child ask exactly the same question of a parent, in exactly the same words. Maybe it is an innate instinct, like geese flying south or robins pulling up worms.
As we become mature, we human beings do learn to wait, to live with the “not yet.” It is now called “delayed gratification.” We may want to arrive at home, for instance, but to get there from work, we might have to walk to the bus stop, wait for the #10, hand over a fee, stand until there is a seat, sit down at long last, wait some more, get off, walk 50 blocks (it seems), unlock the door, and finally, finally, finally, say hello and put our feet up to relax. Some days this can be annoying, but usually “we get used to it.”
But we shouldn’t get overly used to it. That is the point of this week’s readings. Since we are not children, we are able to overlook the joy or pleasure when our goal finally arrives. Do you even remember to taste food when you finally get your dinner? Did you remember to enjoy in quiet detail the friend you haven’t seen in a year (at least virtually)?
Sunday’s First Reading reminds us peacefully and beautifully to watch for God at dawn; to keep vigil because Wisdom (the Holy Spirit of God) actually is searching for those who are waiting. The Responsorial Psalm boldly names our craving for God! It says, “my soul is thirsting for you, O Lord my God.” And, the Gospel adds, stay awake, make preparations. Do not be foolish and sleep. Do not forget to be ready.
We are like parched ground without rain. We have huge cracks in our surface. Our souls ache for the gentle, courteous, tender outpouring that God wants to give—not something like hurricanes or floods, but like a mother feeding her newborn. Do you feel it?
Let’s face it. You and I desire something like God, more than anything else. At the center of our souls is a thirst that will never be slaked unless the God of all creation comes in person to be living water for us.
“Your kindness is a greater good than life,” the Psalmist says to God. (Responsorial Psalm)
What’s that? But life is so essential, so to be preserved, so valuable that we fight like a cornered wolf when it is threatened. Even so, in spite of all our flurry, God’s delicious kindness is a far greater good than anything else that we know, greater even than being alive. Isn’t it worth the wait, no matter how long?
So, let us say “I want,” like kids do. But also, let’s be calm like an adult. And know that when our desires are thwarted we can wait, as wisdom waits for us
How can it be that the “typical questions” of children pass down from generation to generation?
It seems that they do.
Santo Nombre Iglesia Católica Lecturas del pastor Reflexión -12 de Noviembre de 2023
Domingo 32 del Tiempo Ordinario Año A
Primera lectura: Sabiduría 6:12-16
Salmo responsorial: 62:2, 3-4, 5-6, 7-8
Segunda lectura: 1 Tesalonicenses 4:13-18
Evangelio: San Mateo 25:1-13
Espiritualidad de las Lecturas
Contradicciones humildes.
¿Cómo puede ser que las preguntas “típicas” de los niños se transmiten de generación en generación? Cuando yo tenía seis o siete años, nuestro coche familiar estaba a medio camino a Colorado, y yo recuerdo perfectamente haberle hecho a mi mamá esa famosa pregunta, “Mamá, ¿hemos llegado ya?” Era una verdadera pregunta para mí; no citaba a nadie más.
O por lo menos eso pensé.
Ahora que soy mayor, he oído un sinnúmero de veces a los niños hacerle esa misma pregunta a sus padres, en exactamente las misma palabras. A lo mejor es por instinto, como el de los ganzos que vuelan hacia el sur, o el de los pájaron que arrancan gusanos de la tierra.
Como seres humanos, a medida que nos maduramos aprendemos a esperar, a vivir con el “todavía no.” Eso se llama “la gratificación postergada.” Por ejemplo, puede ser que yo deseo estar en casa, pero para llegar ahí de mi trabajo tengo que caminar a la parada del bus, esperar para el bus #10, pagar, estar parado hasta que haya un asiento disponible, sentarme por fin, esperar más, bajarme, caminar 50 cuadras (o eso parece), abrir mi puerta y por fin, elevar mis pies y relajarme. Algunos días esta rutina me molesta, pero generalmente “me acostumbro,” como quien dice.
Pero en realidad no deberíamos acostumbrarnos demasiado. Ese es el tema de las lecturas para hoy. Ya que no somos niños, nos podemos perder la alegría o el gozo que debemos experimentar cuando por fin realizamos nuestra meta, porque por tanto tiempo nuestra mente se ha enfocado en otras cosas. ¿Te acuerdas de saborear la comida cuando por fin te traen la cena en un restaurante? ¿Te acordaste de disfrutar de todos los detalles de un amigo que hacía un año que no habías visto?¿O permites que una falsa demora sofoque tu deseo y la satisfacción?
La Primera Lectura para este domingo nos recuerda hermosa y tranquilamente que debemos aguardar al Señor al amanecer; mantener vigilia porque La Sabiduría (El Espíritu Santo de Dios) busca a los que la esperan. La Sabiduría de Dios “en los caminos se les muestra benévola y les sale al encuentro en todos sus pensamientos.” El Salmo Responsorial se atreve a nombrar nuestro anhelo de Dios. Dice el antífono, “Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío.” Y el Evangelio repite, permanezcan vigilantes. Hagan los preparativos. No sean necios. No se olviden de estar preparados.
Seamos sinceros. Tú y yo deseamos a Dios sobre todas las cosas. En el centro de nuestras almas hay una sed que nunca se saciará a menos que el Dios de toda la creación venga en persona para ser el agua de la vida para nosotros.
Vivimos como la tierra reseca sin agua. Hay enormes grietas en nuestra superficie. Nuestras almas anhelan la entrega tierna, generosa y cariñosa que Dios nos tiene reservada—no como un huracán ni como un diluvio, sino como una madre con su criatura.
“Tu gracia vale más que la vida,” le dice el salmo a Dios.
¿Pero cómo es eso? La vida es tan importante para nosotros que peleamos como ratas atrapadas cuando algo la amenaza. Aun así, a pesar de todos nuestros esfuerzos, la tierna bondad de Dios es un bien muy superior a cualquier otra cosa, incluyendo la vida misma. Vale la espera, por larga que sea.
Por lo tanto, necesitamos emocionarnos como niños. Podemos decir, “Yo deseo,” como hacen los niños. Pero al mismo tiempo tenemos que mantener la calma, como adultos. Sabemos que cuando nuestros deseos se frustran sólo necesitamos esperar la Sabiduría, quien nos espera a nosotros.